lunes, 30 de abril de 2007

Tu medio loca mamá te inventó

Todos los jueves del año
a las once de la mañana
junto a la Plaza de Mayo
con lluvia frío o calor
te esperaré vida mía
frente a la Casa Rosada
la espina de tu mirada
clavada en mi corazón.

No puedo evitar volver a ello: hoy se cumplen treinta años, "treinta años de vida venciendo la muerte", treinta años desde que aquellas primeras catorce madres decidieran reunirse por primera vez en aquella plaza, frente a la Casa Rosada. Treinta años de ausencias, de esperanza torturada, decididas a recordar a aquellos a quienes desaparecieron y borraron del mapa como si nunca hubiesen existido. Algunos nietos aparecieron, quizá aún aparezca alguno más o sus descendientes (en ello trabajan las Abuelas de la Plaza de Mayo), pero los desaparecidos... los desaparecieron a conciencia. Tan monstruoso que es difícil de asimilar... Que hombres puedan ser capaces de ello y seguir vivos y cuerdos -e impunes para más inri- todo este tiempo después (¿se les murió la conciencia o nunca la tuvieron? ¿O la desaparecieron también?)


Ser argentino es estar triste...

Las madres

El juicio; nunca más

sábado, 28 de abril de 2007

Sobre mudanzas, de nuevo






Andando despacio por la mañana, sin gente en la calle, un tenue sol que no calienta, visible el frío del inicio de un día cálido. En realidad no andaba despacio, pero el tempo externo se ha ralentizado, detenido casi, la canción eternizada, ¿cambiarías? ¿cambiarías? ¿Yo? ¿Cambiar? Algunas cosas sí, pero ni sé cuál es la dirección, ni cuál el destino. Alguien debió de apretar el pause en un momento dado y desde entonces estoy congelada sin atinar a pulsar el play -con lo fácil que suena-. Mierda, ni siquiera aparece ese maldito gato.

viernes, 27 de abril de 2007

La amiga

Afrodita entre tritones (ays, con lo pudorosa que es me va a mataaaaaaaaaaaaaar)

miércoles, 25 de abril de 2007

Fabulilla


-Ah- dijo el ratón-, el mundo es cada día más pequeño. Primero era tan vasto que me daba miedo, entonces seguí corriendo, y era feliz porque al final, en la distancia vi muros a derecha e izquierda; sin embargo, estos largos muros se acercaban tan velozmente unos a otros que en seguida me encuentro, en la última sala, y allá en el rincón me espera la trampa en la que voy a caer.

- Tienes que cambiar el sentido de tu carrera- dijo el gato, y lo devoró.


Fabulilla de Franz Kafka



miércoles, 18 de abril de 2007

Chiquitina, cómo te agobias; menos mal que lo hacemos por turnos y no rodamos juntas cuesta abajo hechas una pelota de brazos y piernas y neuronas un punto más despendoladas que cansadas y desquiciadas. Ahora rueda una y la otra la frena un poco. Espera, que me agazapo y me hago piedra; no saltes por encima -no mires, pero está el precipicio, aunque tampoco temas caer: Poseidón nos lo está convirtiendo en Mediteráneo y Hermes, mientras tanto, revolotea por ahí por si tiene ocasión de rescatarte (creo que le has hechizado con tus ojazos azules y tus rizos desordenados como los de una Afrodita recién nacida)-. Bien, hoy estamos salvadas, mañana tú te paras y ruedo yo...

martes, 17 de abril de 2007

"El chocolate es mejor que un beso"

Vaya, resulta que el universal "sustitutivo de" nos estimula más que aquello a que sustituye. En fin, creo que en el fondo ya lo intuía.
Aquí el articulillo a modo de anécdota.

Galeones y tristezas

Es un galeón fantasma. Tiene de misterio todo lo que tiene de desconocido; ignorar su procedencia, sus viajes, quiénes fueron sus tripulantes, qué cargas transportó, y sobre todo, qué lo trajo aquí y qué lo hundió hace que cada cual pueda soñar lo que quiera sobre él; puede cerrar los ojos y verse sobre la cubierta combatiendo piratas, persiguiendo tesoros, explorando tierras, comerciando en puertos lejanos, conociendo sirenas, topando con Ulises, retando a Poseidón. Yo lo miro también desde lo alto de mi precipicio y olvido por un momento que fui yo quien lo colocó ahí hace ya tiempo, y cierro los ojos, me convierto en sirena, y cuando la luna se asoma entre nubes me arrojo desde lo alto hacia sus mástiles, con los brazos abiertos y las ansias también abiertas, esperando que la fantasía pueda inundarme a mí como a los demás y envolverme, raptarme, golpearme y desatar por un instante siquiera los nudos del hilo irrompible, inmune a las tijeras, pero susceptible de liarse eternamente hasta estrangularse a sí mismo. Bien lo sabe la parca desdentada que desgrana guisantes en medio de la taberna del puerto, sonriendo perversa y medio loca, consciente, no obstante, de que a sus útiles les estoy vedada pero no así a otros puñales, tal vez más lacerantes. Y se balancea ronroneando, relamiéndose satisfecha: "ni yo ni tú, ni yo ni tú". Nos conservamos en hielo, por eso permanecemos, por nosotras no pasa lo que pasa, pero pasa. Quietas entre el movimiento. Y sonríe y se balancea, pero aún así está quieta y queda en el trasiego y barullo de la taberna.
El agua está terriblemente fría y negra y agitada; aúlla entre los boquetes del casco, helada, profunda, salvaje, cruel. ¿No hay fantasías para nosotras, Parca? Sí, sí las hay, como hay pesadillas, y, así, hoy nos toca lidiar con tiburones armadas con sueños y anhelos y rayos de luna de plata, y con ansias, muchas ansias, asfixiantes ansias, pero mañana quizá venga Orfeo, con liras y flores, y nos duerma a los escualos y apacigüe a los tritones, y mientras llora su pena pulsando sus cuerdas, quizá traiga luz y calma a las aguas, y delfines y sirenas, y, quizá, mientras pulsa sus cuerdas, desanude las nuestras.

lunes, 9 de abril de 2007

300

¡No! ¡No iré a verla!`Pero las parodias están muy trabajadas, fisguen un poco...


viernes, 6 de abril de 2007

Regresiones...

Estooooo.... Tiene una explicación: ¡acabo de descubrir que mi hermano no los conocía! Una infancia sin ellos... ay. (Por cierto, que he tenido ocasión de bailar esto en un pub rodeada de gente enfervorecida, por raro que suene...)

Ahhh, y esto que sigue es lo que veía la generación perdida...


miércoles, 4 de abril de 2007

Exit

Al salir de la ducha no había nadie. Blancos pasillos, largos pasillos, eternos pasillos vacíos. Luces apagadas casi en su totalidad, al fondo brilla alguna y al llegar a ella se apaga y se enciende otra más allá, de nuevo al fondo. Luz de emergencia, sobre plano de emergencia. Nunca antes los había mirado, nunca antes los había visto siquiera. No hacen falta tampoco ahora, no es una emergencia: lo único que pasa es que no hay gente, ni luz apenas, pero éste no es uno de esos momentos en que estar solo se convierte en una crisis -tampoco las salidas alternativas, las puertas camufladas, los extintores o las escaleras de incendios sirven para solucionar esos momentos cuando se dan, no al menos como regla general-. No hay prisa por salir. Igual ni siquiera llego a salir; de pronto se ha vuelto extrañamente cómodo esto. Secadores un poco más adelante, a la derecha. Me suelto el pelo, pulso el botón, se encienden todos a la vez: dos hileras de seis, uno más allá para gigantes, uno más acá para tripulantes de sillas de ruedas y transeúntes de talla baja que no quieran trepar a los bancos de los de altura media. Demasiado ruido, estrépito que rompe la soledad de los pasillos y los puebla de ecos, de bramidos, de gritos de maquinaria fantasma que suena a funcionariado clamando ante mi intento de ponerlo en funcionamiento a deshora. Ruido de oficina multitudinaria, hora punta, el de la ventanilla con el café. Cierto, miércoles. Cierto, es tarde. Cierto, vacaciones. Callan y no vuelvo a incitarlos a soplar. Todavía estoy empapada, pero ha subido tanto la temperatura aquí que pronto desaparecerá la humedad. Entretanto la atmósfera es algo pegajosa. Me asomo entre las hileras al laberinto de pasillos: silencio, oscuridad, soledad. Me descalzo: el suelo no está frío (ni sucio), y mis plantas sienten y me percato de que apenas están acostumbradas a hacerlo; se estremecen sorprendidas. Y después sigo liberándome de telas y fronteras, consciente de que estoy sola y esto quizá no se repita, el calor y la humedad lo reclaman, condensados a mi alrededor, y es ésta una agradable sensación de libertad, de plenitud, de envolvente calidez. La piscina está arriba. Vacía y quieta, negra pero reluciente; entra la luna atravesando las cristaleras cuando se lo permiten la lluvia y los nubarrones. Fuera hace frío y llueve, llueve, diluvia; esto es un abrazo frente al desamparo. Agua tibia que suena a cascabeles. Quizá, quizá... hoy no salga después de todo.