Me gusta imaginar mi alma pintada como las alas de las mariposas. Es roja, azul, verde y amarilla. Intensa. Lástima que también sea transparente, delgada, frágil, efímera. Un chaparrón como el de hoy la emborrona, y aun cuando no llueve, estos peremnes nubarrones no dejan pasar la luz -y es obvio que sin luz no hay color- y así volvemos siempre al gris o al gris oscuro casi negro.
He vuelto a soñar arañas.
Aracne oscila mirándome con sus ojos rojos y calcula. Y ahora mismo yo soy una mosca prendida de una telaraña. No es la suya, pero todo llegará. Ella, por si acaso, calcula. Algo le queda de humana a Aracne, y es que disfruta con mis pesadillas; no soy su comida, soy quien la divierte. Ahora piensa... y se imagina arrancándome las alas -sin anestesia- para dejarme así y observar de lejos mientras mi pequeño cerebro llega a entender que no volará más, nunca, nunca más. Pero antes de eso deja que me debata en esta telaraña ajena, sucia, triste y abandonada y que me enrede hasta quedar completamente presa e inmovilizada. Dejará que haga esto yo sola, y lo haré sin pensar y por tanto seré culpable de lo que pase y pesará sobre mi conciencia mi propia estupidez.
Sonríe. Espera a que me aprese, libremente, para intervenir y quitarme definitivamente la libertad y me dará tiempo para que medite y la eternidad para que recuerde.
También tiene ojos de cristal que reflejan los espacios vacíos.
Sonríe. Espera a que me aprese, libremente, para intervenir y quitarme definitivamente la libertad y me dará tiempo para que medite y la eternidad para que recuerde.
También tiene ojos de cristal que reflejan los espacios vacíos.