domingo, 25 de febrero de 2007

Morfeo (o terrores nocturnos)

De nuevo el pánico al sueño. No me sueltes la mano. No, no hay un monstruo en el armario, ni debajo de la cama, ni en las sombras del rincón. Pero temo apagar la luz y cerrar los ojos y quedarme quieta y oír mi respiración y mis latidos y el silencio más allá. Y me taparé hasta la nariz como cuando era pequeña y temía a la oscuridad o a algo de la oscuridad que no llegaba a identificar; hasta que el calor se haga insoportable, las sábanas se empapen de angustia, el pijama se retuerza y me falte aire... Y tras docenas de vueltas recordaré el cuento de la princesa que no podía dormir porque bajo el colchón tenía un guisante. Y me levantaré y buscaré el guisante. Y no lo encontraré porque nadie se buscó la ocupación de meterlo allá. Aunque lo hallase, da igual, no soy una princesa. Curioso, eso me reconforta en parte: no soy una princesa ¿Qué soy? No sé, creo que es hora de saberlo, o de soñarlo, pero no lo sé, ni lo intuyo; me asusta. Pero no soy una princesa, algo es algo.
***
Miedo al sueño, a la inconsciencia, al pensamiento desatado y descontrolado, a caer en la cuenta de realidades que de pronto suenan terribles aunque con luz no lo fueron. No fue para tanto; humo sin fuego, hoy no vino la sombra aunque estaba sola y era vulnerable a ella. Qué monstruosa es una cabeza sola de noche...
Y ahora no hay mucha más luz, pero es de día. Niños que gritan en la calle a las 8.30 de un domingo. Algún ebrio que vuelve sin encontrar la línea recta. Y bailarinas de noche de sábado. La anciana del último piso está en la ventana. De perfil -ahora casi de espaldas-. No mira a los niños, ni al hombre tambaleante, ni a las bailarinas (si lo hiciese sería una mirada desdeñosa desde lo alto de su atalaya, pero no merecen eso siquiera). Recoge algo y se va, con su bata azul, aunque aún la veo moverse entre las sombras, más allá, en un segundo plano. No se irá más lejos; está sola y sola no se va lejos...
Estamos solas, ella y yo, cada una por su lado. Han desaparecido los niños, el hombre, las bailarinas. Hoy es domingo; el hortelano no está, hoy duerme.
Solas con nuestras batas azules -enciendo la luz para que haga de faro y lo sepa-. Solas en bata.
Otra luz. En el primero. Faro en la niebla. Mujer de blanco tendiendo sábanas blancas en la humedad de la mañana.
Y somos tres. Una multitud.
Nueve menos cuarto. Empezamos de nuevo.

miércoles, 21 de febrero de 2007

De Núñez a Gijón

Escucho a Carlos Núñez y se pinta una sonrisa en mi cara. Me encanta su entusiasmo, por la música, por los amigos, por el cine, por todo. Me encanta cómo funde y refunde, con qué naturalidad y cariño habla de unos y otros amigos actores, cantantes, directores de cine de acá, de allá o de más allá y lo que extrae de cada uno. Habla de conciertos o grabaciones en Escocia, Irlanda, Japón, Estados Unidos, Cuba, Portugal, de inspiraciones en Galicia, Aragón, Andalucía y repite varias veces que no hay fronteras, que ya no las hay. Y ciertamente no las hay para él, porque coge lo que le gusta de aquí y de allí, lo escucha, lo mira todo con atención, lo degusta, lo une a lo suyo y crea cosas nuevas, nuevos sonidos, imágenes y hasta sabores que nos recuerdan situaciones que no vivimos siquiera. Y me gusta. Me esperanza que haya gente así, tan genial, tan universal y tan sencilla a la vez-al menos en apariencia-. Y me contagia; quiero viajar de pronto, quiero meterme en una taberna irlandesa y hacer amigos allí, quiero aprender sus danzas y saltar y cantar con ellos y luego pasar por La Habana, pasear por el malecón, hablar con el viejo que, allá al fondo, toca acompañado de una desgarrada guitarra una canción que nunca oí pero que me cuenta cosas que conozco, y después me gustaría visitar un jardín zen en alguna aldea japonesa bajo lluvia finita, llovizna triste y antigua, para pasar a mirar más tarde cómo el mar golpea los acantilados asturianos... Ay, y en Asturias sí he estado, aquí enlazo con recuerdos reales... Un Gijón envuelto en una niebla de verano entre las rocas junto al mar, vacío, sin gente -desapareció de pronto-... El agua estaba tibia, -o quizá simplemente refrescó de pronto fuera de ella- y quieta, sorprendentemente quieta esta vez. Y yo volví del mar y me senté en una piedra junto al amigo y compartimos silencio mucho rato, una eternidad de relojes parados, minutos infinitos, hasta que me dio la mano para ayudarme a volver a la realidad... Sonrío de nuevo después de una pausa en que he pasado a echarle de menos, creo que le gustaría acompañarme por mi periplo y quizá.... quizá algún día, sí, lo hagamos.

sábado, 17 de febrero de 2007

Carnaval


Uy, uy, uy... Cómo andamos. Me he vuelto a pasear por los blogs y entre desamores, nostalgias y tristezas varias y avisos a potenciales suicidas creo que el gris se está extendiendo y oscureciendo. No puede ser, tanto pesimismo: este fin de semana cambio de color, a ver si mirando con lentes teñidas esto mejora. Y estoy con Yein, mi rincón ha nacido gris y tiene su razón de ser que lo sea, pero ya vale. No tengo tiempo ahora para escribir algo largo, no sé colocar cancioncillas por aquí, y no voy a dedicarme a buscar ahora uno de esos encantadores fragmentos alegres y optimistas que tengo por ahí, pero me apetecía mandar un beso a Yein, otro a Crapúscula, otro a Mc Clellan y otro a Ybris (y si alguien más pasa por aquí y quiere uno, que ponga la mejilla...). Tengan, Srs, unos estupendos carnavales -incluso en el trabajo si es el caso-, que el lunes quizá yo vuelva al gris, pero a uds los quiero de colores...



(He aprendido a poner cancioncillas...)

viernes, 16 de febrero de 2007

Hoy estoy sin saber yo no sé cómo

"Hoy estoy sin saber yo no sé cómo,
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato. [...]"

Me sobra el corazón
Miguel Hernández

Y no sigo trancribiendo porque lo demás va más allá de lo que siento ahora, porque no quiero acabar de deprimir a los eventuales del gris, y porque aunque hoy estoy angustiada y en Babia y no doy una a derechas, no me concentro en nada y quiero llorar por todo ello y porque no sé por qué me pasa, no me planteo por qué me perdono la vida cada día, sino por qué la vida no me da un puntapié harta de que a veces me ataque la melancolía con todo lo que ella tiene para ofrecer... Pero es cierto, a veces sobra el corazón y dan ganas de ponerlo bajo el zapato, y sólo hay ansias y no sabes dónde ni cómo ponerte, ni qué hacer para que se vayan y te dejen seguir... ay.

jueves, 15 de febrero de 2007

La casada infiel

Erotismo por todas partes, en el aire, en los blogs, en la calle, y todavía no ha llegado la primavera... Será el calentamiento global.
El otro día me quedé con una reflexión sobre la infidelidad que me sublevó del todo, como si intentasen rasgarme un ideal que me insufla aire... Luego pienso, matizo, corrijo, no tumbo el ideal pero soy consciente de que es inevitable relativizar y contextualizar, siempre acabo sintiéndome culpable de las rotundidades que parezcan erigirme en juez absoluto de lo correcto y lo incorrecto, de las comparaciones exageradas. Pero sigue ahí la esperanza de que que la lealtad exista.
El caso es que con tanta vuelta y revuelta, ha venido a mi memoria, de nuevo, un poema de Lorca: "La casada infiel". Lorca es LORCA, con mayúsculas, Federico el Terrible, conmovedor, arrasador, removedor de entrañas. Es rojo, negro, aceituna, luna, sangre, reyerta, amor, pasión, muerte, pena... Y lo releí, y sentí de nuevo, porque no se entiende ni se piensa, se siente. Y luego cerré los ojos para apreciar mejor la brisa, el murmullo de las hierbas y los lirios, el rumor de las aguas del río, el frío templado de una noche de verano temprano, las huellas en la arena, la ansiedad de las manos liberándose de fronteras en forma de enaguas, corsés, camisa, pantalones, la piel blanca de una paya bajo la luz de la luna y el cuerpo oscuro de un gitano seguro de sí, algo rudo en sus gestos, esforzándose por resultar suave. Blanco y aceituna entremezclados bajo la plata de una noche de luna sin faroles, y el rojo de las bocas desbocadas, mordiéndose con el ansia de dos lobos hambrientos. Y los susurros inconfesables de una mujer desenvuelta, apasionada pero consciente, que el hombre, legítimo y digno gitano, engañado pero entero, guarda para sí a pesar de los pesares. Ahí lo dejo:
"Y yo que me la lleve al río
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.

Fue la noche de Santiago
y casi por compromiso.
Se apagaron los faroles
y se encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.

Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
*
Pasadas las zarzamoras,
los juncos y los espinos,
bajo su mata de pelo
hice un hoyo sobre el limo.
Yo me quité la corbata.
Ella se quito el vestido.
Yo, el cinturón con revólver.
Ella, sus cuatro corpiños.
Ni nardos ni caracolas
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.

Sus muslos se me escapaban
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella noche corrí
el mejor de los caminos,
montado en potra de nácar
sin bridas y sin estribos.

No quiero decir, por hombre,
las cosas que ella me dijo.
La luz del entendimiento
me hace ser muy comedido.
Sucia de besos y arena,
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
*
Me porté como quien soy.
Como un gitano legítimo.
Le regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río."

Federico García Lorca

miércoles, 14 de febrero de 2007

Noches de blanco satén

He oído una sirena. La sirena de un barco grande. Llega a través del frío cortante. Un bramido atenuado por la distancia, cortando el cortante frío.
Ahora no habrá nadie en la calle.
Pasa un coche.
Otro.
Una moto.
Nadie.
No llueve ya; cesó el viento.
Seguro que en las casas hay luces encendidas; algunas cocinas y algunos salones. Cena y televisión. Quizá también algún dormitorio, pero éstos no permanecerán mucho tiempo encendidos.
Otro coche.
Un tapón cae al suelo en el piso de arriba. ¿Un tapón? -a esta hora no será una pinza, un cubierto pesa más, un vaso se habría hecho añicos, una canica habría rodado largamente, un bolígrafo habría repiqueteado, una manzana habría producido un sonido más sordo-, un tapón de plástico de botella de agua mineral (no sabemos la marca, pero conociendo las características de los consumidores podemos suponer que es de un litro).
Hoy estreno mi pijama, es un regalo y es... suave. Tiene corazones rosas sobre cuadraditos blancos y corazones blancos sobre cuadraditos rosas. Y sobre los corazones rosas y blancos y los cuadraditos blancos y rosas, vacas con gesto de interrogación, cierta sorpresa que interrumpe su rumiar y prolonga la existencia de una desproporcionada florecilla también rosa -no, no la ofrece; pretendía comérsela y después,, cuando haya pasado la sorpresa, lo hará, olvidando que algo la distrajo-.
Oh, acabo de descubrirlo ¡Está mirando un tren! Es un tren lo que pasa ante sus ojos sorprendidos: uno de los antiguos, pero de los antiguos, antiguos, con locomotora, carbón, chimenea y su humo negro -de esos que, nos decían, en España eran más anchos que en Francia, para lidiar con nuestra caprichosa orografía de montaña rusa-. Sí, es eso lo que observa la vaca de la flor, y la que arranca hierba, y la tumbada que saca la lengua -diría que saluda con ella, si no fuera porque ésta parece más ida que las demás y, si bien mira hacia el tren, no parece verlo; a saber qué tipo de hierba habrán dado a esta vaca-.
La chaqueta rezuma una todavía mayor originalidad, ostentando tres grandiosos fresones en el delantero -son más grandes que las vacas- exagero. D dice que con ella parezco una máquina tragaperras en la que haya tocado premio (intento buscar el lado bueno, pero no, no creo que se refiera a que soy yo tal premio...)
Noto al sueño acechando tras los ojos. Pican un poco, pero no quiero dormir. Falta algo. Siempre falta algo a la hora de dormir, de apagar y de desconectar hasta mañana.
Las vacas giran, algunas están patas arriba. Voy a deshacerme de ellas antes de dormir: las enviaré al matadero del B.A de D... Pero mira sus caras: han debido de intuir lo que pienso; ahora que pasó el tren la sorpresa no puede deberse a otra cosa, aunque no están espantadas, no se han movido, no escapan: o son tontas, o no lo creen o desconocen el concepto de matadero y muerte. Veremos.

Sirimiri

Lluvia menuda que cae blandamente. Sobre fondo gris. Nubes plomizas que sujetan el cielo para que no se me caiga encima, mientras me voy mojando sin saber cómo, empapándome de esta lluvia que no es lluvia siquiera, que casi no se ve y no se siente pero que cala y enfría y entristece. Es indiferencia, es un medio camino, es un no es, como el gris, que ni es negro ni es blanco, y por eso aunque penetra no llena, sino que vacía. Y te lleva a casa, tras la ventana, con los ecos de lugares en que crecen rosas salvajes de fondo, una taza humeante en la mano, un libro olvidado sobre la cama y vaho y nostalgia en los ojos, clavados en un punto fijo borroso, lejano, intrascendente.

viernes, 9 de febrero de 2007

Pena negra

Es un charco negro de fronteras difusas que parece extenderse despacio como la baba de caracol. Hediondo, parece denso, absorbe la luz pero en el fondo se mueven colores tenues que se mezclan de forma extraña. De nuevo el negro. Tiene forma de corazón, de corazón humano o de corazón de cerdo, no sé, dicen que se parecen pero yo nunca he visto ninguno en realidad, aunque a veces sí los he intuido similares. Y esta mancha está tomando mi precipicio que cada vez es menos precipicio y más corazón negro. Así que lo toco, porque quiero saber qué me invade, de qué está hecho y cuál es su textura. Es nauseabundo. Huele mal, lo dije. Está frío, es blando; no líquido, no completamente sólido, espeso como parecía, gomoso, pegajoso. Ya llega hasta el codo e introduzco la otra mano. Se deja penetrar sin alterarse, parece como si, de hecho, lo esperase; ha dejado de crecer por un momento, los recuerdos de colores han desaparecido. Negro. Me siento en el borde, llega a mis pies...y ahora sube, vuelve a avanzar, se extiende, me priva del suelo y ya me tiene, pelvis, cintura, pecho, cuello... Me traga y no puedo moverme y aquí no floto, sólo puedo bajar, despacio. Negro en la boca, negro en los ojos abiertos que ya no puedo cerrar. Y no hay aire. Miedo. Alguien me sacará, quizá el negro se vaya como vino, siempre sale todo bien, calma. Pero sigue sin haber aire, sólo corazón negro denso como para hundirse en él sin remedio. Más miedo. No puedo moverme, no puedo flotar, no puedo salir. No tiene sentido seguir apretando los labios, no hay aire que dejar escapar. Gritar. Pero no sale sonido, entra la marea negra, entra hasta los pulmones y los llena, entra hasta el estómago y los intestinos...llena de negro. Ahora negro fuera y negro dentro, y yo sólo soy el límite que separa negro y negro aunque sería algo más si hubiese calma y asumiese lo que va a pasar. Pánico. Pánico porque no quiero que pase e irracionalmente me niego a asumirlo y me retuerzo entre las limitaciones del denso negro y hago esfuerzos por emitir sonidos y diría que también lloro si no fuese porque ya no sé a ciencia cierta qué pasa en mis ojos ni en mi cuerpo, que ya no es mío, que es lo que queda de un animal sin consciencia de sí, porque el negro y el miedo al negro la han anulado. Si hubiese, calma... tránsito sereno. Pero sólo hay un corazón negro de cerdo y presión fuera por entrar y presión dentro por salir, una grieta en una presa...
Es horrible, arréglelo quien quiera con un despertador.

miércoles, 7 de febrero de 2007

Elisa Day

Mira bajo el agua. Ahora está apaciguada; cobró su tributo y oculta su vergüenza bajo una superficie tranquila, inocente, sin memoria ni remordimientos. Ahora brilla el sol y esa agua refleja una danza de hadas entre destellos verdes, rojos y un límpido, infinito azul. Ahora una cálida brisa agita hojas cantarinas, las ninfas sacuden sus piececillos salpicándose y corren y cantan y juegan. Belleza, música, calidez, luz, color, paz.
Mira bajo el agua.
Mira bajo el agua. Asómate.
¿Ves ahora? Ahí hace frío, abajo no llega el sol: la superficie lo refleja todo y no se deja traspasar. Oscuridad, silencio, soledad, inquietud. Intuyélo, está ahí aunque no la veas, siéntela al menos. Y ahora observa. Los reflejos son un engaño, te estaban distrayendo. Mira las rosas; ¿no habías visto sus espinas? Te habrían atravesado si te hubieses acercado. Un poco más allá falta una piedra, queda su huella. Rojo, sí, y negro...rojo sobre negro, diluyéndose poco a poco, poco a poco poco a poco.
Y ahora vete, escóndete, olvida. Nadie echa en falta nada, no fue, todos inocentes.

sábado, 3 de febrero de 2007

Caminante no hay camino...

Voy a empezar a seguir las baldosas amarillas, a ver a dónde me llevan -espero seguirlas en el sentido correcto, porque, que yo sepa, sólo uno de sus extremos llevaba a algún lado-. Me he puesto unos pantalones con muchos bolsillos, por si tengo que ir recogiendo cosas interesantes, y al fondo de uno de ellos ya ha llegado una pequeña, lisa y reluciente piedrita de color azul celeste; ahora será más difícil que me lleve el viento.

Klimt, El beso


Erato, frívola Erato.
Siempre escondida en la oscuridad cómplice.
Siempre tarde en la reuniones, entras corriendo, despeinada, con la túnica alborotada y sin resuello.
Hoy te vi... y de repente quise ser tú.
Soy una piedra compungida. Todo es blando dentro de la armadura, se derrite, fluye y se escapa. Por fuera, piedra impenetrable, mármol que incomoda.

Titubeos de una cuchilla al borde de un precipicio

LLevo un rato viendo una cuchilla de afeitar oscilando al borde de este precipicio. Estoy sentada al lado de ella, las piernas colgando en el vacío, y sólo ahora me pregunto qué demonios hace aquí esta cuchilla de afeitar.
Se sujeta sobre el filo y unas veces se inclina hacia tierra firme, otras, con tendencias suicidas, hacia el vacío en que balanceo mis piernas. Empiezo a desear que se levante una pequeña brisa que decida por ella.
Si cae, ¿cómo lo hará? Según Murphy con la mantequilla hacia abajo, pero no estoy del todo convencida de que eso sea aplicable al caso. Tampoco estoy segura de que esté untada de mantequilla...
Y si hay alguien abajo... Da igual, no puede haber nadie abajo porque no hay abajo: es éste un precipicio sin fondo, la mantequilla no tendrá dónde estamparse.
¿Cortará el aire? Y el aire ¿sangrará? Si es así debería dejar de mirar porque me impresionaría demasiado, y quizá me marease y cayese yo también. Empiezo a sentir vértigo. Es hora de irse, pero ahora no puedo moverme: si me muevo caeré.
Tanta trascendencia, la de una cuchilla de afeitar al borde de un precipicio.

Espejos

¿Alguien sabe la respuesta? Qué es, qué es, qué es...
Lo tengo en la punta de la lengua. Está ahí como borroso pero aclarándose, parece.
Qué es.
Un poco más y lo descubro (o lo recuerdo)... Pero no puedo; es como si hubiese un precipicio entre la respuesta y yo: en línea recta no dista mucho, pero no puedo llegar ni estirando los dedos.
Por eso lo busco y no lo encuentro, porque no sé que busco. Podría pasar a su lado y no reconocerlo, no verlo siquiera, porque estoy obcecada en encontrar algo que no sé qué es.
Parezco el conejo blanco corriendo con el reloj en la mano.

Laberintos

Empezamos mal. Las nuevas -o ya viejas para la mayoría de los usuarios medianamente mañosos; para mí lo que vaya más allá de las calculadoras y maquinitas es revolucionario- ya me han jugado la primera mala pasada. Ahora estoy duplicada; no supe encontrarme, me encontré, no supe accederme ni suprimirme, me dupliqué. Y no he podido parar hasta reencontrarme, como si realmente me fuese algo en ello...Quizá sea porque ayer noche me perdí de nuevo entre los recovecos de mi cabeza que el blog decidió perderse también y algún resorte escondido me haya hecho relacionar su recuperación con la salida del laberinto. Tres horas o una eternidad... Y por el momento Teseo desaparecido y Ariadna sigue con el minotauro.
Fue ayer? No lo sé, quizá fuera anteayer, o quizá hoy...
O puede que suceda todos los días y el cristal de mi caja me aisle de ello.
Oí que eran once... y ella una
Que era el honor lo que estaba en juego
¿El honor de quién?
No importa...
-el honor de quién no sabe qué es el honor ni la dignidad-
Era una
Y ellos... ¡Ellos once!
Impotencia líquida tras los ojos
Arden las mejillas
Miedo
Pavor...
Y eran hombres, no bestias
todos de acuerdo, la misma voz, la misma acción...
Y eran ¿personas?
Eran y son
-qué miedo, qué angustia, qué desesperanza-

Melpómene


Me gustaba susurrarte al oído sin que me vieses, ignorando que yo estaba allí junto a ti. Solía meterme entre tus sábanas cuando ya dormías, despacio, sin hacer ruido, asegurándome de que mis manos y mis pies tenían la temperatura adecuada para no sobresaltarte. Luego me pegaba a tu cuerpo poco a poco, siguiendo preocupada las evoluciones de tu relajada respiración, atenta a cualquier variación que delatara tu despertar y sólo entonces pegaba mis labios a tu oído y te contaba...
Pero siempre supiste que estaba allí, siempre. Y sólo esperabas el momento adecuado, el momento de mayor efecto. Y entonces lo hiciste: vestiste de grana mi túnica, las sábanas, el suelo; me pusiste una rosa en el pecho y me observaste sin expresión. Y sonreí... Empezó tu tragedia.