viernes, 31 de octubre de 2008

Una nueva amiga

A veces siento que no siento y me percibo embruteciada, vegetal, parada, fuera del tiempo y la realidad, pero queriendo entrar. Y de pronto en medio del gris encuentro algo que me emociona profundamente, me conmueve hasta la raíz y me hace temblar las rodilllas. Puede ser algo triste o algo alegre, pero en cualquier caso encuentra el resorte apropiado para hacer saltar la piedra en pedazos y volver las cosas del revés. Un libro entre cientos, una canción o película, un lugar, un momento. O una persona.
Hay personas con las que me es imposible comunicarme, conversaciones banales, de ascensor, argumentos huecos, sí estoy de acuerdo, qué asco de tiempo, así es la vida. Y de repente de la nada aparece el contraste, con quien no hace falta hablar porque está en la misma frecuencia y percibe de forma similar. Percibe los mismos matices, las cuerdas de guitarra, las alas de mariposa, las rosas, los dragones y las telarañas. Y te mira y sabe. Entonces el mundo de lo absatracto tiene una existencia más real, ya no es sólo mío, tiene sentido y hay menos miedo.

sábado, 25 de octubre de 2008

Por el mar de los sueños navega un espectro libre, y se lanza y se sumerge y danza y salpica. Hoy es andaluza y engancha una rosa en el pelo, los labios rojos, la ropa escasa, es toda picardía, sin trabas ni inquietudes. No sabe ni necesita saber. Duerme y vive y late. Se topa elefantes de grana de largas patas que se diluyen en firmamento donde relucen y titilan. El alma es transparente, cuerdas de guitarra que un gitano de dedos firmes palpa, tensa y tañe. Vibra, grita; lo mismo se retuerce en lamentos que gorjea desbordante alegría. Lo mismo muere de amor, que estalla de ira. Siente y flota, nada entre jazmines. El viento azota, siempre el viento salvaje que viene del mar; la galerna aliada de las sirenas que pierde a los marinos, hunde galeras y pare leyendas. No hay pasado, solo eternidad. Juega con los piratas, taconea como nunca de mesa en mesa, provoca, se retrae, ríe, vuela con alas inventadas, retozando en rayos de luna.
Y cuando acaba la noche y prevé el despertar, visita aquella baranda y se para sola y mira al mar verde, mancha informe tras el velo que la ciega. Nostalgia quieta, calla, piensa... Cierra los ojos, niega con la cabeza, murmura palabras sin sentido. Enloquece y retoma el vuelo, sin escobas, bruja nocturna y peligrosa, sin destino, se pierde en el infinito y desaparece.
Quizá busque su estela alguien en otro lugar, con mapas falsos y catalejos rotos; quizá busque en el mismo mar verde, aunque lo vea negro, en el firmamento de elefantes luminosos, aunque las polillas los tapen, entre los jazmines marchitos, quizá busque y no encuentre.

viernes, 24 de octubre de 2008

Señora de rojo y gris


Últimamente estoy un poco quejicosa, lo sé, pero he asumido que este espacio gris puede tener a función de consolador mental, y como mis inquietudes y problemas actuales son de cabeza, voy a apurar los remedios a mi alcance.
Cuando me siento un poco triste o un poco perdida y estoy sola -lo que ahora se da con frecuencia, aunque eso es otra cuestión- opto por meterme en una biblioteca, o mejor, en una librería. Mejor porque soy un tanto fetichista y me encanta comprar libros o cuadernos que tocar, abrir, leer, mirar, y conservar. Ayer estuve pululando entre poemas, ilustraciones, clásicos y novedades. Al final me sentí conservadora y me hice con una antología de poesía de Quevedo y un libro de relatos de Murakami en inglés. Sin riesgos. Y me enamoré también. Me enamoré de unas imágenes rojas, románticas, con un halo misterioso, firmadas por Rebecca Dautremer, una ilustradora infantil. Me las topé en formato calendario, y si no fuese por la batalla que tengo contra el paso del tiempo se habrían venido conmigo a casa -de hecho quizá acaben viniendo después de todo-, pero pertenecen a una edición infantil de Cyrano ambientada en el Japón medieval. Curiosa coincidencia porque si de algún personaje de ficción he llegado a enamorarme ése ha sido sin duda Cyrano, al que siempre he asociado al rojo y a las rosas -por alguna razón tiendo a hacer asociaciones de ese tipo: personajes, colores, sensaciones, objetos-. Ni siquiera me ha extrañado que me lo desubiquen hasta el punto de hacerlo japonés medieval. Tengo que hacerme con ese libro. Como una niña.
Por lo demás, sumergida en ese espíritu romántico, pintada de rojo y un poco en las nubes me encontré con un chico amable con ganas de conversación, que buscaba una mujer "cuya sonrisa le iluminase un día" -Dios mío, disimula el escepticismo- Me pregunta a qué me dedico, le pregunto qué le inquieta. ¿Inquietar...? Qué te preocupa, qué te interesa, qué te gusta. No sabría qué decirte, risa nerviosa. Del rojo al gris. No es culpa suya, yo estaba en la nube y por la calle o en el metro no se puede ir así, vuelve, que no se note, sé amable, desea suerte, vete. Oh no, ya ha cambiado el curso de mis reflexiones. No sé qué entienden algunos por amor, de veras, a veces parece que una chica se confunda con un peluche con el que ponerse blandito y del que basta que sea tierno e ingenuo. Y esa terrible confusión entre sensibilidad y sensiblería, prendiendo un alma garabateada de la camisa... Estoy siendo perversa, saco conclusiones de intuiciones, las generalizo y aplasto al hombrecillo tierno; sólo es frustración, supongo.
A estas alturas esa frustración está en los pies, la he ido empujando hacia allá abajo y es tan sólo un hormigueo tenue, he preferido volver al rojo, a Cyrano y sus rosas, a su conversación y sus lances, a su nueva sensibilidad japonesa. Luego lo abandonaré por los grises apuntes y quizá en algún momento posterior vuelva a invitarle a acompañarme a una salita pequeña de cine, o a una butaca elevada y aislada en el teatro. Ya tengo plan para los próximos días.

jueves, 16 de octubre de 2008

Esto es mi fuga de hoy. Porque hoy me apetece horrores fugarme, no está muy claro de dónde ni en qué dirección... Mañana me traen alas y un poco de oxígeno.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Más telarañas

Llevo ya unas semanas perdiéndome y encontrándome para volver a perderme. Tanteo junto a mí y algo falta, siento el agujero pero no sé qué había antes ahí, si lo hubo. Y en el momento de dar el salto hacia el sueño, caigo por un instante en el vacío y sé, pero olvido, o bien vuelvo de golpe a la vigilia aterrada por algo que nunca acabo de ver. Un de acertijo cuya respuesta no alcanzo a adivinar...

sábado, 4 de octubre de 2008

Melpómene retoma sus paseos después de tanto tiempo. Sale y se acerca al precipicio. No se siente muy paciente en este momento, tiene una urgencia incómoda de la que desconoce el origen y que, alojada en el pecho, la oprime un poco y la enfada. Demasiada ansiedad para sentarse a observar el vuelo de las mariposas. Acelera el paso; anda aprisa, la cabeza baja, el ceño fruncido. Y tiene frío, la túnica se le pega al cuerpo, el viento le enreda el pelo, le escuecen los ojos y no puede abrirlos bien. Se enfada aún más pero no da la vuelta, no retrocede ni se detiene, prefiere volver acelerar, casi corre ya. La cuchilla de afeitar sigue oscilando allá lejos, debatiéndose entre dejarse caer o no, con la misma indecisión que otrora la hipnotizase. Termina por alcanzarla la inquieta Melpómene, que sin haberlo planeado ha encontrado la meta de su carrera, y se detiene y la observa recordando... Durante poco tiempo. El justo para decidir privarla de opciones, y sin dudas ni contemplaciones, con el pulso firme y toda la serenidad que un segundo antes le faltara, la arroja al vacío, buscando la tragedia que la haga sentirse viva aunque sea para dolerse, viva y desgarrada, abierta de nuevo la palpitante y sangrante herida. Revolotea la cuchilla, gira como una hélice, corta el aire -que no sangra y no muere- y topa al fin con el gran dragón rojo, viejo, cansado, paciente y apagado... Melpómene no llega a conocer el desenlace, teme haber cercenado las alas a aquel fósil viviente, teme haber sajado las suyas propias, su esperanza de volver a volar algún día con ello. Pero la punzada llega antes de lo esperado y no quiere saber, renuncia a la herida palpitante, vuelve la espalda al precipicio, se tapa los oídos y corre, dando la espalda al viento, que la empuja lejos esta vez.