Últimamente Melpómene no escribe nada. Está en calma, vaga a través de los días sin punzadas de pánico y angustias voraces. No pisa charcos de plata, ni aúlla a la luna, ni reta a los secadores, ni se hunde en corazones negros. A veces todavía tiene pesadillas aunque no caiga de edificios ni la acosen las arañas -hoy mismo ha sido perseguida por gatos negros en su propia casa-. Es la calma. Ahora a veces se baña en oro de otoño, su sombra opta por ello en vez de esconderse en las esquinas para acosarla desde ellas. Y los guisantes que desgranara una parca desdentada en una taberna de puerto han acabado en una lasaña, excusa para compartir velada con amigos. Es la calma.
Melpómene sabe que el mar es así, sube y baja, se aíra y se calma... Al menos mientras siga ahí y no se seque. Y de momento, decide, se limitará a seguir adelante, procurando no pisar más caracoles, porque ha comprobado que eso puede llevarle a pensar en lo estúpido que es buscar vida extraterrestre inteligente. Que bastante tenemos con lo que tenemos.
7 comentarios:
Dichosa en la calma, me alegro que no sea por estar mal, si no al contrario, por estar tranquila...
De todos modos, te hechamos de menos dulce melpómene!
besos
los clásicos tienen eso, no hay prisa ni necesidad de parecer. són y eso es lo que los explica.
Es una calma rara, la verdad, pero lo de antes me estaba desquiciando. Gracias Arda, eres un solete.
Y Oracle, fíjese que me tranquiliza lo que dice. Un besazo a los dos
pongame a los pies de su señora
La calma llega. Cuesta a veces que llegue, pero llega. Oi leerte a ti, ha supuesto la mía.
Un beso fuerte
Me alegro.
Creo que fuí yo la inductora de la pesadilla de los gatos negros...
Me alegra que recuperes la calma, mi niña. Adelante.
...Confío pues, después de leerte a ti, que llegue la calma, porque por aquí hay mucha marejadilla de fondo...
un saludo.
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