martes, 12 de junio de 2007

Nocturno II: El jardín de la luna

El jardín tenía un castaño y un olivo plateado, con su tronco musculoso, en el que vivían dos roedores blancos que tenían los ojos de luz y siempre se andaban escondiendo como las ardillas. Por la noche se veían sus ojillos aparecer y desaparecer. Era como los anuncios luminosos de las ciudades: primero una lucecita; luego dos, tres, cuatro. Tres, dos, una y desaparecía. Luego, las cuatro lucecitas de un golpe, en otra parte del olivo. Y así toda la noche, sin que nada se oyera. Alfanhuí solía quedarse contemplando el jardín y el juego de los roedores hasta que la luna se ponía.
También había en el jardín un hito de piedra blanca con una argolla y una cadena negra que arrastraba por el suelo. En medio, había un pequeño estanque redondo con un surtidor, cuya varita de agua subía y se agitaba tan solo en las noches de tormenta cálida y seca, y mataba las libélulas y los insectos que el viento traía de los ríos y los lagos que había secado Y al agitarse la superficie del estanque, en pequeñas olitas, afloraba el brillo de las arenas de plata que yacían en el fondo. También estaba enterrada la criada en un rincón de aquel jardín. Al fondo había un muro alto y un invernadero de flores que estaba abandonado y tenía los cristales llenos de polvo. Dentro del invernadero nacía la mala hierba y vivía una culebra de plata, que salía a tomar la luna en un claro del jardín.
Industrias y Andanzas de Alfanhuí. Rafael Sánchez Ferlosio

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Alguien sabe decirme qué tipo de árbol es el del tronco nudoso del jardín improvisado frente al teatro Arriaga? Entre mis ventajas raciales no figura distinguir entre especies vegetales. :p

libertad dijo...

Buena elección, Sánchez Ferlosio y su dominio de las palabras.
Besos