miércoles, 4 de abril de 2007

Exit

Al salir de la ducha no había nadie. Blancos pasillos, largos pasillos, eternos pasillos vacíos. Luces apagadas casi en su totalidad, al fondo brilla alguna y al llegar a ella se apaga y se enciende otra más allá, de nuevo al fondo. Luz de emergencia, sobre plano de emergencia. Nunca antes los había mirado, nunca antes los había visto siquiera. No hacen falta tampoco ahora, no es una emergencia: lo único que pasa es que no hay gente, ni luz apenas, pero éste no es uno de esos momentos en que estar solo se convierte en una crisis -tampoco las salidas alternativas, las puertas camufladas, los extintores o las escaleras de incendios sirven para solucionar esos momentos cuando se dan, no al menos como regla general-. No hay prisa por salir. Igual ni siquiera llego a salir; de pronto se ha vuelto extrañamente cómodo esto. Secadores un poco más adelante, a la derecha. Me suelto el pelo, pulso el botón, se encienden todos a la vez: dos hileras de seis, uno más allá para gigantes, uno más acá para tripulantes de sillas de ruedas y transeúntes de talla baja que no quieran trepar a los bancos de los de altura media. Demasiado ruido, estrépito que rompe la soledad de los pasillos y los puebla de ecos, de bramidos, de gritos de maquinaria fantasma que suena a funcionariado clamando ante mi intento de ponerlo en funcionamiento a deshora. Ruido de oficina multitudinaria, hora punta, el de la ventanilla con el café. Cierto, miércoles. Cierto, es tarde. Cierto, vacaciones. Callan y no vuelvo a incitarlos a soplar. Todavía estoy empapada, pero ha subido tanto la temperatura aquí que pronto desaparecerá la humedad. Entretanto la atmósfera es algo pegajosa. Me asomo entre las hileras al laberinto de pasillos: silencio, oscuridad, soledad. Me descalzo: el suelo no está frío (ni sucio), y mis plantas sienten y me percato de que apenas están acostumbradas a hacerlo; se estremecen sorprendidas. Y después sigo liberándome de telas y fronteras, consciente de que estoy sola y esto quizá no se repita, el calor y la humedad lo reclaman, condensados a mi alrededor, y es ésta una agradable sensación de libertad, de plenitud, de envolvente calidez. La piscina está arriba. Vacía y quieta, negra pero reluciente; entra la luna atravesando las cristaleras cuando se lo permiten la lluvia y los nubarrones. Fuera hace frío y llueve, llueve, diluvia; esto es un abrazo frente al desamparo. Agua tibia que suena a cascabeles. Quizá, quizá... hoy no salga después de todo.

5 comentarios:

yein dijo...

Al final es acogedor, vaya, no me importaría estar ahí ahora, al menos eso me obligaría a quitarme este pijama, aunque sea con espátula ;P

Las vacaciones están siendo bastante perjudiciales para mí...

Qué guay..la piscina..

yein dijo...

Parece mentira que hayas conseguido sacarle partido literario a eso, eres buena!

Melpómene dijo...

jo, eres un tesoro, aunque lo que tengo es demasiado ruido en la cabeza, me temo. Un besazo

Luis López dijo...

Me gusta leer sobre lo cotidiano. Te seguiré de cerca. Un abrazo y suerte.

Melpómene dijo...

Uy, me abrumas; tampoco esperes mucho, son mis delirios o desahogos que van y vienen por los derroteros que les da la gana... Un beso, muchas gracias