Como cambia la cosa si nacemos en un sitio o en otro, en un momento o en otro... Podríamos perfectamente ser ellas. Como diría mi querido Jorge Drexler.
El mar está lleno de los ángeles que cayeron de aquellos aviones. Y sus responsables viven hoy en el mismo Buenos Aires, justo en la puerta de al lado de esas madres. A veces, incluso, se cruzan en los ascensores y ni se miran. Los unos porque ven en las otras los cuerpos que arrojaron a 10.000 metros de altura. Las otras porque ven en los unos la mirada de aquellos que un día les arrebataron. Y mientras tanto, el odio se marcha por las alcantarillas derechito al río La Plata.
Así, es. LLoro. La historia nos ha inducido hasta la tristeza. Cada uno de nosotros estamos tristes unos días y otros no...afortunamente, las vidas son distintas para que cuando unos lo necesitan otros estemos sujetando y al contrario.
Son susurros al pie del precipicio para no hablar sola y que el eco no me devuelva a la realidad y lo haga ridículo. Mis disculpas por adelantado a quien pasee por el cañón.
Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya. Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas. Soledad, ¿por quién preguntas sin compaña y a estas horas? Pregunte por quien pregunte, dime: ¿a ti qué se te importa? Vengo a buscar lo que busco, mi alegría y mi persona. Soledad de mis pesares, caballo que se desboca, al fin encuentra la mar y se lo tragan las olas. No me recuerdes el mar, que la pena negra, brota en las sierras de aceituna bajo el rumor de las hojas. ¡Soledad, qué pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! Lloras zumo de limón agrio de espera y de boca. ¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba. ¡Qué pena! Me estoy poniendo de azabache, carne y ropa. ¡Ay mis camisas de hilo! ¡Ay mis muslos de amapola! Soledad: lava tu cuerpo con agua de las alondras, y deja tu corazón en paz, Soledad Montoya.
Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona. ¡Oh pena de los gitanos! Pena limpia y siempre sola. ¡Oh pena de cauce oculto y madrugada remota!
4 comentarios:
Como cambia la cosa si nacemos en un sitio o en otro, en un momento o en otro... Podríamos perfectamente ser ellas. Como diría mi querido Jorge Drexler.
Curioso. Es una de las que estuve a punto de colgar el otro día en 'Pues anda que yo'. Gran canción. Y dura.
El mar está lleno de los ángeles que cayeron de aquellos aviones. Y sus responsables viven hoy en el mismo Buenos Aires, justo en la puerta de al lado de esas madres. A veces, incluso, se cruzan en los ascensores y ni se miran. Los unos porque ven en las otras los cuerpos que arrojaron a 10.000 metros de altura. Las otras porque ven en los unos la mirada de aquellos que un día les arrebataron. Y mientras tanto, el odio se marcha por las alcantarillas derechito al río La Plata.
Así, es. LLoro. La historia nos ha inducido hasta la tristeza. Cada uno de nosotros estamos tristes unos días y otros no...afortunamente, las vidas son distintas para que cuando unos lo necesitan otros estemos sujetando y al contrario.
Un beso. Comparto tu tristeza.
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