sábado, 3 de febrero de 2007

Melpómene


Me gustaba susurrarte al oído sin que me vieses, ignorando que yo estaba allí junto a ti. Solía meterme entre tus sábanas cuando ya dormías, despacio, sin hacer ruido, asegurándome de que mis manos y mis pies tenían la temperatura adecuada para no sobresaltarte. Luego me pegaba a tu cuerpo poco a poco, siguiendo preocupada las evoluciones de tu relajada respiración, atenta a cualquier variación que delatara tu despertar y sólo entonces pegaba mis labios a tu oído y te contaba...
Pero siempre supiste que estaba allí, siempre. Y sólo esperabas el momento adecuado, el momento de mayor efecto. Y entonces lo hiciste: vestiste de grana mi túnica, las sábanas, el suelo; me pusiste una rosa en el pecho y me observaste sin expresión. Y sonreí... Empezó tu tragedia.

1 comentario:

Luis López dijo...

Grana, rosa ¿roja? y un aluvión de sensaciones. Besos.