miércoles, 14 de febrero de 2007

Noches de blanco satén

He oído una sirena. La sirena de un barco grande. Llega a través del frío cortante. Un bramido atenuado por la distancia, cortando el cortante frío.
Ahora no habrá nadie en la calle.
Pasa un coche.
Otro.
Una moto.
Nadie.
No llueve ya; cesó el viento.
Seguro que en las casas hay luces encendidas; algunas cocinas y algunos salones. Cena y televisión. Quizá también algún dormitorio, pero éstos no permanecerán mucho tiempo encendidos.
Otro coche.
Un tapón cae al suelo en el piso de arriba. ¿Un tapón? -a esta hora no será una pinza, un cubierto pesa más, un vaso se habría hecho añicos, una canica habría rodado largamente, un bolígrafo habría repiqueteado, una manzana habría producido un sonido más sordo-, un tapón de plástico de botella de agua mineral (no sabemos la marca, pero conociendo las características de los consumidores podemos suponer que es de un litro).
Hoy estreno mi pijama, es un regalo y es... suave. Tiene corazones rosas sobre cuadraditos blancos y corazones blancos sobre cuadraditos rosas. Y sobre los corazones rosas y blancos y los cuadraditos blancos y rosas, vacas con gesto de interrogación, cierta sorpresa que interrumpe su rumiar y prolonga la existencia de una desproporcionada florecilla también rosa -no, no la ofrece; pretendía comérsela y después,, cuando haya pasado la sorpresa, lo hará, olvidando que algo la distrajo-.
Oh, acabo de descubrirlo ¡Está mirando un tren! Es un tren lo que pasa ante sus ojos sorprendidos: uno de los antiguos, pero de los antiguos, antiguos, con locomotora, carbón, chimenea y su humo negro -de esos que, nos decían, en España eran más anchos que en Francia, para lidiar con nuestra caprichosa orografía de montaña rusa-. Sí, es eso lo que observa la vaca de la flor, y la que arranca hierba, y la tumbada que saca la lengua -diría que saluda con ella, si no fuera porque ésta parece más ida que las demás y, si bien mira hacia el tren, no parece verlo; a saber qué tipo de hierba habrán dado a esta vaca-.
La chaqueta rezuma una todavía mayor originalidad, ostentando tres grandiosos fresones en el delantero -son más grandes que las vacas- exagero. D dice que con ella parezco una máquina tragaperras en la que haya tocado premio (intento buscar el lado bueno, pero no, no creo que se refiera a que soy yo tal premio...)
Noto al sueño acechando tras los ojos. Pican un poco, pero no quiero dormir. Falta algo. Siempre falta algo a la hora de dormir, de apagar y de desconectar hasta mañana.
Las vacas giran, algunas están patas arriba. Voy a deshacerme de ellas antes de dormir: las enviaré al matadero del B.A de D... Pero mira sus caras: han debido de intuir lo que pienso; ahora que pasó el tren la sorpresa no puede deberse a otra cosa, aunque no están espantadas, no se han movido, no escapan: o son tontas, o no lo creen o desconocen el concepto de matadero y muerte. Veremos.

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